Sentidos cutáneos

El tacto



La piel es el órgano sensorial que hace posible la experimentación del sentido del tacto, aquel mecanismo biológico que nos permite captar, procesar y sentir principalmente tres tipos de estímulos: presión, dolor y temperatura. En este sentido, el sentido del tacto nos permite tanto captar cambios de presión en la piel como detectar que nuestros órganos están sufriendo daños (cortes, quemaduras, arañazos, etc.), así como ser capaces de percibir la temperatura, es decir, sentir frío o calor.

En resumen, el sentido del tacto, que está localizado en la piel, es el que nos permite percibir presión, dolor y temperatura. Sin este sentido, que se encuentra por toda la extensión de la piel, sería imposible experimentar ninguna de estas sensaciones.

¿Cómo funciona el tacto?

El sentido del tacto es el conjunto de procesos fisiológicos que permiten transformar la información táctil y térmica en mensajes eléctricos que puedan viajar al cerebro, donde estas señales nerviosas serán descodificadas y podremos experimentar las sensaciones en sí.

Para entender cómo funciona, tenemos que centrarnos en dos aspectos. Primero, debemos analizar la anatomía de la piel, viendo qué estructuras son las que permiten generar la información nerviosa. Y, segundo, ver cómo estas señales eléctricas viajan hasta el cerebro para su posterior transformación en la experimentación del tacto. Y es que el sentido del tacto, como todos los otros, realmente está en el cerebro.

El proceso

1. La piel transforma la información táctil y térmica en señales nerviosas

La piel es un órgano más de nuestro cuerpo. Y, como tal, está formada por tejidos vivos con células que van renovándose constantemente. De hecho, la piel se renueva por completo cada 4 u 8 semanas, lo que significa que, cada aproximadamente dos meses, todas las células de nuestra piel son nuevas.

Y pese a este constante cambio y regeneración, la piel siempre mantiene estable su morfología. Pese a que hay cambios en lo que a composición celular y espesor se refiere, la piel siempre está formada por tres capas: epidermis, endodermis e hipodermis.

La epidermis es la capa más externa de la piel. Y, con un espesor promedio de 0,1 milímetros, es también la más fina. Su composición se basa exclusivamente en queratinocitos, unas células epiteliales muertas que conforman la capa más exterior de la piel. Esta epidermis consiste en unas 20 capas de queratinocitos que van perdiéndose y renovándose a todas horas con la función de impedir la entrada de patógenos, ser el hábitat del microbiota de la piel, limitar la pérdida de agua, mantener la piel flexible y firme, absorber los golpes, proteger frente a sustancias químicas tóxicas, etc.

La hipodermis, por su parte, es la capa más interna de la piel. Y, en este caso, su composición se basa casi de forma exclusiva en adipocitos, unas células que tienen una composición del 95% en lípidos. Es decir, la hipodermis es básicamente una capa de grasa, funcionando así como almacén de energía y ayudándonos a aislar el cuerpo, amortiguar golpes y preservar la temperatura corporal.

Pero, ¿dónde entra aquí el sentido del tacto? Pues precisamente en la capa que hay entre la externa y la interna: la dermis. La dermis es la capa intermedia de la piel y es también la más gruesa, además de ser la que cumple con más funciones dentro del cuerpo.

Y es que esta dermis, además de que su estructura es más compleja (no tiene queratinocitos ni adipocitos) y está compuesta por distintos tipos de células, además de colágeno y elastina, alberga el sentido del tacto.

Pero, ¿qué quiere decir que lo alberga? Pues que en esta dermis, además de células propias del tejido epitelial, se encuentran distintas neuronas, es decir, células del sistema nervioso especializadas, en este caso, en una función sensorial.

Estas neuronas receptoras de la piel son las únicas del cuerpo con sensibilidad a la presión y a la temperatura. En este sentido, tenemos una serie de neuronas esparcidas por la capa intermedia de la piel que, ante variaciones en la presión y las condiciones térmicas, se excitan.

Imaginemos que tocamos con la punta de nuestros dedos la superficie de una mesa. Cuando esto suceda, la piel de esa región se verá sometida a una presión. Y en función de la fuerza ejercida, las neuronas mecánico receptoras transforman la presión en un impulso eléctrico. Es decir, dependiendo de cómo sea la presión, de su fuerza, de su extensión y de su intensidad, las neuronas transforman la información mecánica en una señal nerviosa hecha a la medida.

Y, paralelamente, las neuronas termorreceptoras son capaces de captar las variaciones de temperatura en el medio. Es decir, en función de la temperatura que perciban, se excitarán de una forma u otra. Dependiendo de si hace frío o calor, generarán una señal eléctrica determinada. Por ello, que seamos capaces de percibir las condiciones térmicas se debe única y exclusivamente al sentido del tacto.

Y, por último, en la piel también están presentes unas neuronas conocidas como nociceptores, aunque las dejamos para el final porque técnicamente no forman parte del sentido del tacto y, además, no están localizadas únicamente en la piel.

Estos nociceptores están especializados en la sensación del dolor y se encuentran tanto en la piel (nociceptores cutáneos) como en la mayoría de nuestros órganos y tejidos internos (nociceptores viscerales), así como en los músculos y articulaciones (nociceptores musculares y articulares).

Los nociceptores, pues, son las únicas neuronas capaces de responder a estímulos que están provocando un daño en estas estructuras del cuerpo. Es decir, se excitan cuando perciben que algo está poniendo en peligro la integridad de algún órgano o tejido. Y esto engloba tanto límites en la presión (algo nos golpea demasiado fuerte en una pierna) y en la temperatura (nos hemos quemado un brazo al cocinar) como corrosiones en la piel debido al contacto con sustancias tóxicas, daños en la anatomía de nuestros órganos internos, cortes, etc. Gracias a su activación, el cerebro nos hará experimentar dolor para que huyamos (o solucionemos) de ese estímulo.

Por lo tanto, el sentido del tacto está formado principalmente por tres tipos de neuronas: mecánico receptoras (captan presión), termorreceptoras (captan temperatura) y nociceptores (captan estímulos que ponen en peligro nuestra integridad). Pero sea como sea, tras esta activación neuronal, el viaje debe llegar al cerebro, que es donde, como hemos dicho, se experimentará la sensación como tal, ya sea presión, temperatura o dolor.

2. La información nerviosa viaja hasta el cerebro

No sirve absolutamente de nada que los mecánico receptores, los neuronas termorreceptoras y los nociceptores se activen de una forma específica tras la captación de un estímulo si no hay ningún mecanismo que permita transmitir esta señal eléctrica desde la piel hasta el cerebro, el órgano responsable de la experimentación de la sensación en sí.

Y aquí entra en juego la sinapsis. Se trata de un proceso bioquímico mediante el cual las millones de neuronas que constituyen el sistema nervioso son capaces de ir “pasándose” el impulso eléctrico. Es decir, las neuronas forman una cadena desde las distintas regiones de la piel hasta el cerebro. Y la primera neurona receptora pasa la información nerviosa a la siguiente mediante esta sinapsis, que consiste en la liberación de neurotransmisores que serán asimilados por la siguiente neurona de la “fila”, que sabrá cómo activarse eléctricamente para recuperar el mensaje.

Y así una y otra vez, millones de veces, hasta llegar al sistema nervioso central. Puede parecer un proceso muy largo, pero lo cierto es que la sinapsis se realiza de forma increíblemente rápida, pues estos impulsos nerviosos viajan a través del sistema nervioso a unos 360 km/h. De ahí que desde que tocamos algo, la experimentación de la sensación sea instantánea.

Por lo tanto, los distintos mecánico receptores, termorreceptores y nociceptores comunican con las distintas autopistas del sistema nervioso periférico, que convergen en el sistema nervioso central, a nivel de la médula. Y desde ahí, llegan al cerebro estos impulsos eléctricos cargados de información.

Y una vez en el cerebro, este órgano es capaz de descodificar la información del impulso eléctrico y, por mecanismos que no terminamos de comprender, permitir que experimentemos la sensación en sí, tanto si es de presión como de temperatura, así como de dolor.



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